Historia Antibióticos, La Bácteria Domada

A mediados de junio de 1942 un hombre de cincuenta años ingresaba en el hospital londinense de Saint Marys. Sufría un intenso dolor de cabeza, fiebre alta y estaba desorientado. En el líquido cefalorraquídeo (fluido que baña el encéfalo y la médula espinal) se identificó un estreptococo, un germen patógeno. El enfermo fue diagnosticado de meningitis y tratado con las sulfamidas entonces disponibles. A pesar de ese tratamiento, su estado se fue deteriorando paulatinamente, y a primeros de agosto entraba en coma. De forma casi experimental se decidió utilizar una solución que contenía un polvo blanco de laboriosa obtención y del que apenas se disponían unos pocos miligramos. Tras las primeras dosis administradas por vía intramuscular, el enfermo mejoró y a las veinticuatro horas había recuperado parcialmente el conocimiento. Cuando, además, le fue inyectada por punción lumbar directamente en el canal raquídeo, la mejoría fue definitiva. A finales de agosto era capaz de levantarse y el nueve de septiembre el paciente era dado de alta, curado.

Se abría así el inmenso campo de los tratamientos antibióticos eficaces.

Lo que el viento se llevó
Habían pasado catorce años desde que un tenaz investigador observara un hongo llevado por el viento a su laboratorio; producía una sustancia que destruía los estafilococos que cultivaba en una placa de vidrio. Tanta demora obedeció, por un lado, a la escasa atención que el mundo científico prestó inicialmente a aquella observación clave, y, por otro, a las grandes dificultades técnicas surgidas para conseguir en estado puro y estable tal sustancia.

Aquel polvo blanco fue llamado "penicilina" por su descubridor: Alexander Fleming (1881-1955), un escocés recatado, perseverante y amante de la Naturaleza.

Los antibióticos se definen como aquellas sustancias producidas por seres vivos que detienen el metabolismo de otro ser vivo de forma reversible o irreversible. Según esta definición, la penicilina no sería el primer antibiótico empleado por el hombre, ya que la quinina (obtenida de la corteza del árbol "quina") era utilizada empíricamente por los habitantes del Perú para el tratamiento del paludismo desde tiempos remotos.

Hasta la fecha se han identificado unos dos mil antibióticos naturales, de los que aproximadamente ochenta pueden ser usados en Medicina. Muchos de los antibióticos que en principio se obtuvieron a partir del cultivo de bacterias y hongos en medios apropiados han podido ser sintetizados en los laboratorios. Sin embargo, en el caso de la penicilina, aún hoy tiene mucho más rendimiento y es más barata obtenerla por el cultivo del hongo Penicillium chrysogenum.

Mediante modificaciones químicas de las moléculas de ciertos antibióticos naturales se han conseguido otros setenta derivados útiles en la práctica, algunos de ellos con importantes ventajas sobre los originales.
Las cualidades que definen la utilidad y aplicaciones de un antibiótico son cuatro: en primer lugar, el espectro o variedad de gérmenes sobre los que es eficaz; por otro lado, su mayor o menor facilidad para distribuirse por el organismo y alcanzar una concentración adecuada en el lugar de la infección; en tercer lugar, la posible toxicidad para el organismo humano (a excepción de la penicilina, que actúa exclusivamente sobre los microorganismos, el resto de los antimicrobianos influyen en el metabolismo tanto de los gérmenes como de las propias células del receptor), y, por último, la mayor o menor facilidad con que los microorganismos se hacen resistentes frente a él (una de las razones por las que es necesario precisar muy bien la posible indicación y dosificación del antibiótico).

Para detener el metabolismo de los microorganismos, el antibiótico debe poder acceder a los tejidos infectados. Una vez allí, podrá actuar de dos maneras: deteniendo el desarrollo de las bacterias y facilitando que los sistemas defensivos del receptor puedan eliminarlas (antibióticos bacteriostáticos) o causando la muerte de la bacteria (antibióticos bactericidas).

En resumen, los antibióticos pueden actuar por cuatro vías:
Una consiste en la inhibición de la síntesis de la pared del microorganismo, que es la forma de acción de las penicilinas y cefalosporinas, dos de los antibióticos más utilizados -son bactericidas y poseen un amplio espectro de gérmenes sensibles-.

Los antibióticos también actúan alterando la permeabilidad de la membrana bacteriana, ya que algunas de estas sustancias, al combinarse con componentes de la bacteria, alteran sus propiedades y funciones; una de las consecuencias es la salida de componentes metabólicos esenciales para la bacteria a través de la membrana dañada.

Asimismo, los antibióticos logran sus efectos interfiriendo la síntesis de los ácidos nucleicos del microorganismo; en otras palabras, al unirse a las enzimas intrabacterianos necesarios para la síntesis de sus ADN (ácido desoxirribonucleico) o ARM (ácido ribonucleico), ciertos antibióticos impiden el desarrollo y reproducción de los gérmenes.

Por último, estas sustancias resultan eficaces por su capacidad de impedir la síntesis de proteínas de las bacterias; es decir, impiden el desarrollo de las bacterias al ligarse específicamente a orgánulos involucrados en la síntesis de proteínas necesarias para su estructura o su metabolismo.

Una elección nada fácil
Finalmente, hay que recordar que los antibióticos están indicados sólo en infecciones causadas por bacterias, pocas veces en su profilaxis, y que su elección no siempre es fácil. El diagnóstico correcto (pensemos que enfermedades muy distintas pueden cursar con síntomas parecidos) y, si es posible, la identificación del germen causante, son básicos para la eficacia del antibiótico. Aunque las infecciones causadas por bacterias siguen siendo tan frecuentes como antes de la introducción de los antibióticos, y la aparición del sida ha planteado difíciles problemas con las infecciones por los "gérmenes oportunistas", el pronóstico de la mayoría de esas enfermedades ha cambiado radicalmente. Muchas de las enfermedades infecciosas que en la primera mitad de este siglo tenían una alta mortalidad o deparaban gravísimas secuelas (por ejemplo las meningitis bacterianas o la tuberculosis) hoy se curan casi siempre; intervenciones quirúrgicas inimaginables antes de la era antibiótica, se hacen ahora de forma habitual, y la duración de la vida se ha alargado en parte gracias a los antibióticos.

• Referencia: S. Prieto

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