Historia de la Epilepsia

LA EPILEPSIA: UNA ENFERMEDAD SAGRADA
Bien que lo sabe el vencedor de Pompeyo. Hace años que sufre ataques epilépticos que aparecen de improviso, precedidos a veces de una extraña sensación como de vértigo, y durante los cuales pierde el conocimiento. Más de una vez se ha golpeado al caer, e incluso ha perdido el control de los esfínteres. Y al salir de una de esas crisis, le queda siempre una desagradable sensación de pesadez y confusión...

Pero a sus cincuenta y cuatro años, alto, flaco, calvo y seductor, Julio César tiene prisa. Ha pasado ocho años conquistando y pacificando la Galia antes de provocar y ganar una guerra civil que sigue pensando ha sido inevitable. Quiere, por encima de todo, y en seguida, consolidar un sistema político justo y estable que perpetúe el Imperio. Cuenta para ello con su talento, un enorme atractivo popular y el dominio de la oratoria y de la pluma.

Sin embargo, esa impaciencia y su memoria de la historia de Roma, le hacen cometer el error -¿error?- de ser generosos con sus enemigos políticos, a los que concede amnistía, y de postergar a algunos considerados leales. (Como Séneca escribiría un siglo después: «... más que por sus enemigos, César murió por las esperanzas insaciables de sus amigos.»)
De enfermedad ''misteriosa"...

La epilepsia, como tantas otras enfermedades, debió acompañar al hombre desde sus orígenes, y no es de extrañar que durante los siglos en que se creía que el mundo estaba habitado por multitud de espíritus invisibles se la considerara una maldición o una forma de expresión de los dioses, los espíritus o el mismo diablo.

La primera referencia escrita de la epilepsia como enfermedad natural se halla en los textos hipocráticos, que se remontan a unos 400 años a. C. Ahí se la denomina "enfermedad sagrada" y se apunta acertadamente que su origen hay que buscarlo en el cerebro. No obstante, y pese a lo racional de ese enfoque, la superstición y el miedo volverían poco a poco a relacionar la epilepsia con fenómenos sobrenaturales, con los movimientos de los astros, con aberraciones o excesos sexuales y, de nuevo, con la posesión demoníaca. En Roma, en tiempos de la República, la interrupción de una sesión del Senado por una crisis epiléptica sufrida por alguno de los prohombres se consideraba un aviso de los dioses, y la asamblea era suspendida hasta tener mejores augurios.

En el siglo II d. C, Galeno retoma la idea de que la epilepsia tiene un origen natural y vuelve a localizar sus raíces en el cerebro. Pero a partir de ahí, y durante un larguísimo período, apenas se hacen observaciones relevantes.

Habremos de esperar hasta el siglo XVII para que el médico inglés Thomas Willis haga un estudio preciso de la vascularización cerebral y aprecie la correlación existente entre algunas epilepsias y determinadas lesiones cerebrales. En 1857, Charles Locock observa que el bromuro sódico utilizado para causar impotencia también moderaba los ataques epilépticos, y aportaba, por un afortunado azar, la primera arma en el tratamiento de esta enfermedad, hasta ese momento del todo inabordable.

Desde finales del siglo XIX y principios del XX los avances se precipitan. El neurólogo inglés Hughlings Jackson hace agudas observaciones clínicas, y el alemán Hans Berger descubre en 1929 la electroencefalografía, una técnica que, al permitir captar los ritmos eléctricos cerebrales, serviría para demostrar que las diferentes formas de epilepsia poseen distintas características eléctricas y de localización cerebral. Los barbitúricos, introducidos en esa época, representan un gran avance en su tratamiento, y el descubrimiento de la fenitoína en 1938 permite controlar con éxito más del 80 por ciento de todas las formas de epilepsia. La incorporación posterior de las benzodiacepinas, la trimetadiona y el ácido valproico incrementaría aún más las posibilidades de tratamiento de esta lesión.

... a enfermedad neurológica
Hoy se define la epilepsia como una enfermedad neurológica debida a alteraciones paroxísticas, recurrentes y crónicas de la actividad eléctrica del cerebro. Afecta de un uno a un dos por ciento de la población general, con una incidencia similar en ambos sexos. En muchos casos, su causa es desconocida, pero en otros es consecuencia de traumatismos craneales, tumores cerebrales, lesiones vasculares, infecciones del sistema nervioso central, etcétera. Sus formas de presentación van desde la crisis llamada "pequeño mal" (epilepsia minor), en la que la persona queda inmóvil y como ausente, hasta la crisis generalizada, o "gran mal" (epilepsia gravior), con pérdida de conocimiento, convulsiones, emisión de espuma por la boca..., pasando por las formas llamadas "parciales" o "focales", en las que no suele perderse la conciencia, aunque puede haber una amplia gama de síntomas sensitivos, sensoriales -alucinaciones visuales, gustativas, etc.-, o psíquicos, es decir, alteraciones de la personalidad y de la conducta.

Si se exceptúan las denominadas "crisis complejas", cuyo control es a menudo difícil, más del 95 por ciento de las personas que sufren hoy ataques epilépticos pueden controlarse con tratamiento médico y hacer una vida prácticamente normal.

La conspiración es inspirada por cayo Craso Longino. Marco Junio Bruto, protegido de César por ser hijo de Servilia, una de las bellezas con las que tuvo relaciones, se une pronto a un complot que Cicerón y otros cincuenta notables conocen y alientan.

El 15 de marzo del año 44 a. C. se va a debatir en el Senado la concesión a César del título de Rey fuera de Italia. Con una decisión que en la actualidad nos parecería increíble, César acude sin más protección que su toga y la autoridad que dimana de su persona. Precisamente bajo la estatua de Pompeyo, que siempre hizo mantener en su lugar, es retenido por Tillo Cimbro con un pretexto trivial. Por la espalda, Servilio Casca le asienta la primera puñalada. Bruto continúa...

• Referencia: Santiago Prieto.

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